La nueva placa de la banda neoyorkina sorprende con una propuesta dotada de ambiciosos arreglos orquestales y una nostálgica mirada al pasado de sus propios miembros para entregarnos uno de los álbumes más aplaudidos de lo que va del año.
Por José Tomás Prado
No hace falta adelantarse más que a los primeros segundos de la apertura del álbum para entender que se trata de una obra muy diferente a Father of the Bride de 2019. Es el propio Ezra Koenig quien se encarga de susurrarnos “fuck the world, you said it quiet” bajo una sutil distorsión y un piano que abren como un diálogo directo con el oyente la apertura propuesta por “Ice Cream Piano”. Como un sube y baja de revoluciones, la batería de Chris Tomson da el pase gol para la entrada de arreglos orquestales que parecen salir de la nada, pero que dejan la mesa servida para el
cambio de aura hasta “Classical”, segundo track del álbum.
Con un lick de guitarra que emula la introducción de un vals, la banda transforma toda la energía acumulada en un verso más calmo y cercano al sonido clásico de la banda. Aún así, es en los arreglos donde parece estar el verdadero foco. La entrada y salida de la distorsión entre versos da paso al tono barroco que marca la pauta de la canción, mientras la letra nos habla sobre un pasado distópico, que con el tiempo cambió. Nadie sabe si para bien o para mal.
La mezcla de una batería con sonido tipo garage y una guitarra acústica parecen ser el mejor acompañamiento para la lejana y calmada voz de Koenig, que para cuando llega “Capricorn” ya ha asentado el tono del álbum y lo adorna aún más con cada canción.
Entre cuerdas y efectos que parecen imitar sirenas distorsionadas, el tercer track es casi como una balada que explota en cada coro gracias a una ambiciosa producción, donde parece que ningún pasaje de la canción es igual.
Los sintetizadores y la rapidez de la percusión de “Connect” nos desarman otra vez frente a una propuesta extraordinaria. Pareciera no existir una fórmula definida para el armado de cada tema, pero sí una línea con sentido dentro de las letras y los arreglos orquestales que cada vez se vuelven más ambiciosos. El piano de este cuarto track parece salido de un sueño que con cada segundo que pasa se va tornando en una vertiginosa pesadilla.
Pese a los juegos psicodélicos de su instrumentación, canciones como “Prep-School Gangsters” y “Gen-X Cops” nos dejan en claro que esto nunca ha dejado de sonar como Vampire Weekend. Con coros armonizados entre un lindo desastre sonoro y el orden de una buena batería de tono festivalero, las canciones toman nuevos aspectos para armar de manera redonda un álbum que canción a canción parece ir agarrando las cualidades para convertirse en un objeto de culto. Es cosa de ver la portada del vagón de tren con un hombre leyendo un diario. Este álbum es especial.
El descanso instrumental llega gracias a “Mary Boone”, donde la reverberación en la voz de Koenig es abrazada en la lejanía por lo que parece ser un coro gospel que hasta el final de la canción inunda de divinidad un paisaje perfectamente coordinado con una batería que nos remonta a la nostalgia de fines de los 90s de proyectos como Fatboy Slim.
Para cuando llega el momento de ir cerrando, la banda vuelve a la propuesta barroca de las guitarras para adornar de manera perfecta a “Pravda”. Sin escaparse en energía de lo anterior, el penúltimo track del disco es la manera perfecta de condensar la intención de innovación en leitmotivs con el uso de sintetizadores densos para dejar todo preparado para un gran final.
Con un coro repetitivo, pensado en probablemente ser soltado en masividad, la energía de “Hope” parece condensarse en los últimos minutos de una canción que roza los 8 minutos de duración. Es algo así como un bonus track que condensa de manera perfecta las intenciones de los diferentes arreglos del álbum para despedirse repitiendo constantemente “i hope you let it go” y cerrar de la manera más Beatle una obra que desparrama ambición desde el primer minuto.