Con EGO, Hayley Williams no lanza un disco tradicional. No hay portada oficial, ni tracklist, ni un anuncio previo. Solo un sitio web con estética Windows 98, 17 canciones cargadas como si fueran archivos personales, y una contraseña que solo obtuvieron quienes compraron productos de su marca de tintura. Toda la propuesta tiene un aire casero, sin pretensiones, pero eso no significa que esté hecha al azar. Es un proyecto pensado desde otro lugar, más libre y personal.
Por: Joaquín Bravo
A diferencia de After Laughter o Flowers for Vases, en EGO Hayley se permite soltar todo sin filtro. Hay canciones que suenan como demos, otras como desahogos emocionales. Grita, susurra, critica, se enoja, recuerda. El disco no busca ser prolijo ni ordenado, y esa es parte de la idea, mostrar las cosas como salieron, sin necesidad de corregirlas o maquillarlas.
Todo el concepto remite al internet de los 2000s. Parece un homenaje a esa época donde se compartían pensamientos y música desde la pieza, sin una estrategia detrás. También es su primer lanzamiento sin Atlantic Records, esta vez desde su propio sello, Post Atlantic. Eso se nota, no hay intermediarios, no hay un plan de marketing, solo canciones que decidió compartir.
Uno de los temas más comentados es “Mirtazapine”, una especie de shoegaze noventero que recuerda a Garbage o The Breeders. Habla sobre salud mental sin vueltas, desde un lugar muy directo. En “EDAABP (Ego Death at a Bachelorette Party)”, combina trip hop con una mirada crítica sobre Nashville, su ciudad natal. Cuestiona el turismo, la religión superficial y los estereotipos, todo desde una perspectiva bien personal.
En “Kill Me”, una de las letras más potentes del disco, canta: “eldest daughters never miss their chances to learn the hardest lessons again”. Una frase que muchos han compartido porque refleja algo generacional: la carga que muchas personas sienten desde chicas. En contraste, “Ice In My OJ” es una descarga directa contra la industria musical: gritos, distorsión y una letra que no busca suavizar nada. Es una de las canciones más fuertes del álbum.
También hay espacio para probar cosas nuevas. En “Discovery Channel” juega con la nostalgia noventera, interpolando un tema de The Bloodhound Gang. “Love Me Different” suena más pop, parecida al estilo de After Laughter, mientras que “Hard” mezcla autotune con una producción más actual, cercana a Billie Eilish y a su etapa en Petals for Armor.
Hacia el final del disco, temas como “True Believer” y “Blood Bros” bajan un poco la intensidad, pero mantienen el tono íntimo. Hablan sobre pertenencia, vínculos rotos y la sensación de haber cambiado tanto que ya no se encaja del todo en los mismos lugares de antes.
El disco no tiene orden ni estructura tradicional. Las canciones salieron sin aviso, como si fueran posteos espontáneos. Y eso lo vuelve especial. No es un álbum que busque complacer ni seguir reglas. Es más bien una especie de diario sonoro donde Hayley muestra lo que viene sintiendo hace tiempo, con todas sus contradicciones.
Puede que no sea el disco más prolijo de su carrera, pero sí es el más libre. Y eso, en este punto, parece ser lo que más le importa.