Las canciones de Cristóbal Briceño se detienen en el punto en que el futuro y el pasado juegan nota a nota por el presente.
En un mundo entretenido en profetizar su destino posible o en celebrar lo que alguna vez fue, esto, que parece una apuesta de mínima, es en realidad una apuesta de máxima y distingue su música. Más que una visión de lo que vendrá, el artista genuino deja el rastro de cómo y con el legado de quiénes alcanzó esa visión, para mostrarnos donde estamos ahora.
Cada vez que Briceño canta, el curso natural de la canción en castellano parece dibujarse nítidamente hacia un lado y hacia el otro de la línea de tiempo. Su voz despierta una especie de nostalgia del futuro: la sensación de que, si no existió, alguna vez existirá una canción continental, expansiva e inmediata, inmensa y compartida. Más que canciones de dos versos y sin melodía —parece decir Briceño— cantemos la gran canción, esa que nos trajo hasta donde estamos. Va a ser también la que nos lleve más allá.
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