La tarde del día de ayer se presentaba con nubes de un gris oscuro que comenzaron a llorar de emoción por lo que se venía. El Parque de las Esculturas fue testigo de la resiliencia del público de Yo La Tengo, que desafió la lluvia, el frío y el viento para vivir un concierto que se transformó en algo mucho más que una presentación musical: una comunión entre el clima, el sonido y la emoción. Bajo los árboles del parque, los paraguas se alzaban como flores temblorosas, y cada gota parecía caer al compás de una guitarra.
Por: Gabriela Torres

Para quienes los siguen hace años, el trío de Hoboken, Nueva Jersey, no necesita presentación. Yo La Tengo lleva más de cuatro décadas reinventando la delicadeza y el ruido en partes iguales. Desde sus primeros discos de mediados de los ochenta hasta joyas como I Can Hear the Heart Beating as One o And Then Nothing Turned Itself Inside-Out, la banda ha construido una carrera marcada por la experimentación, el humor y una ternura casi doméstica. En vivo, esa mezcla se amplifica: lo etéreo y lo visceral se entrelazan como si cada show fuera un experimento emocional irrepetible.
Y eso fue exactamente lo que ocurrió en Santiago. A eso de las 19:10, cuando la tormenta decidía si dar tregua o intensificarse, Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew salieron al escenario. Kaplan, con esa mezcla de ironía y dulzura que lo caracteriza, bromeó mirando al público empapado: “Si yo fuera ustedes, no estaría aquí”. Sin embargo, todos seguían firmes, expectantes. Y en ese gesto se resumía el espíritu de la jornada: la convicción de estar frente a una banda que vale cualquier imprevisto.

El inicio con “Green Arrow” fue casi cinematográfico. Un sonido envolvente, contemplativo, acompañado por un fondo de grillos sampleados y los suaves shakers de Georgia. Las gotas caían sobre los impermeables, y el público guardó silencio, inmerso en esa atmósfera hipnótica que solo Yo La Tengo sabe construir. Desde ahí, el trío fue moldeando el ánimo colectivo: de la calma meditativa pasaron al pulso cálido de “Let’s Save Tony Orlando’s House”, donde Georgia tomó la voz y la batería, marcando un cambio de energía. La gente comenzó a moverse, a sentir que ni la tormenta podía apagar el magnetismo del momento.
El viaje continuó con “This Stupid World”, en la que Kaplan desató su furia en la guitarra, transformando la lluvia en un eco rítmico que parecía responderle. Luego, la delicadeza regresó con “Polynesia”, una de esas canciones que, bajo el gris del cielo, adquirió un nuevo significado: un respiro cálido en medio de la tormenta. Más adelante llegaron los clásicos que todos esperaban: “Moby Octopad” y “Tom Courtenay”, que devolvieron sonrisas y provocaron un coro espontáneo cuando el agua empezó a ceder (por el momento), como si incluso el clima se rindiera ante la música.
Hubo también espacio para la espontaneidad y el juego. Kaplan invitó a un personaje del público a elegir entre dos covers: “Andalucia” de John Cale o “Speeding Motorcycle” de Daniel Johnston. El fanático optó por esta última, y la banda ofreció una interpretación acústica que, entre las últimas gotas de lluvia, se sintió profundamente humana, casi como una conversación entre amigos que comparten refugio bajo un toldo improvisado.
El cierre fue una explosión emocional, tanto que las nubes volvieron a emocionarse cuando llegó “Blue Line Swinger”. Kaplan, completamente entregado, demostró su locura característica girando y agitando su guitarra mientras el sonido crecía hasta volverse casi físico, una marea de distorsión que envolvía a todos. La lluvia comenzó a sentirse más tormenta.
Yo La Tengo consiguió lo que pocas bandas logran: transformar lo impredecible en belleza, lo adverso en comunión. Y mientras las luces se apagaban, quedó la certeza de haber presenciado algo único, irrepetible, un show íntimo y poderoso que no volverá a repetirse esta semana, cuando el grupo se presente hoy en Primavera Fauna con un setlist completamente distinto, cargado de clásicos. Todos los que estuvieron esta noche ahí lo entendieron: esa noche, bajo la tormenta, Yo La Tengo también nos hizo llorar un poco por dentro (y por fuera también).