Ante un repleto Claro Arena —y con algunos atochamientos más en la salida que en la entrada al recinto— Rod Stewart ofreció una verdadera cátedra de éxitos que se extendió por casi dos horas, en un encuentro transgeneracional que quedará grabado en la memoria colectiva. El One Last Time Tour, encantó a un público que se entregó de principio a fin al histrionismo del británico.
Por: Pedro Massai

Fotos: Nelson Galaz
“Thank you all, because this country is special to my career”, enfatizó Rod Stewart con esa voz rasposa tan característica, antes de poner fin a los más de 100 minutos de música que el británico desplegó en su regreso a Chile. Una presentación que transformó un domingo de descanso en la pista bailable más entretenida, para dar inicio a una nueva semana. Todos los pormenores de este encuentro generacional, que navegó entre lentos, rock y baile, te los detallo a continuación.
Una entrada aprobada (si se planificó con tiempo).
El acceso al recinto de San Carlos de Apoquindo fue expedito, especialmente para quienes se organizaron con anticipación, gracias a las indicaciones de la productora que comunicaba el inicio del show a las 20:00 horas —horario similar al de Lionel Richie en septiembre— y que además compartía un mapa con los puntos de ingreso según la ubicación del ticket.
Ya dentro del estadio, la música de Donna Summer, Earth, Wind & Fire y otros clásicos del funk setentero coloreaban una jornada que, desde la previa, se sentía eminentemente festiva. El calor golpeaba con fuerza cerca de las 18:30 horas, pero la sombra proyectada por la nueva estructura del Claro Arena ayudó a mitigar el ambiente. Punto positivo.
El inicio fogatero de la jornada.
A las 19:00 horas en punto, Claudio Valenzuela caminaba hacia la silla situada en el centro del escenario, apenas unos metros delante del aparataje técnico dispuesto para el show del británico. “Hola, ¿están llegando, verdad? ¡Lo vamos a pasar bien! A ver si se saben esta”, comentó el líder de Lucybell, antes de alinear los primeros acordes de la clásica ¨“Sálvame la vida”, del disco Lumina.
El estadio, que a esa hora alcanzaba cerca del 65% de su capacidad, respondió con entusiasmo, reconociendo la trayectoria y virtuosismo del músico nacional. Luego llegaron “Vete”, “Milagro” y “Carnaval”, para cerrar su íntima presentación con una secuencia que unió generaciones: “Gracias a la vida”, “Cuando respiro en tu boca” y “Mil caminos”. Una actuación redonda, que reafirma el estatus que deja Lucybell, en su actual estado de receso indefinido.
Para siempre joven.
Tras una voz por parlante que anunciaba el comienzo del show para las 20:15 “en punto” y que desató ciertas carcajadas en las primeras filas, con algunos músicos apareciendo desde bambalinas para hidratarse antes de lo que se venía, todo estaba dispuesto para el arranque. Las gaitas escocesas ofrecieron la introducción perfecta para la aparición del británico, quien, a diferencia de lo ejecutado en Montevideo tres días atrás, irrumpió con “Addicted To Love”, enfundado en un vistoso traje dorado y secundado por sus coristas en solemnes uniformes oscuros. La complicidad entre el artista y sus músicos daba su primera prueba.

Luego vinieron “You Wear It Well” y “Ooh La La”, seguidas por “It Takes Two”, que desató una verdadera clase de armonías vocales por parte de las coristas, evocando ese registro inconfundible que alguna vez imprimió Tina Turner en aquella pieza.
Tras este segmento, continuó una batería de hits entre propios y covers: “It’s a Heartache”, “The First Cut Is the Deepest” y “Tonight’s the Night”, esparciendo un aura emotiva que logró arrancar más de una lágrima entre el público más veterano. Ese tono melancólico, acompañado por una elegante arpa, resultaba necesario, pero fue rápidamente interrumpido por un estallido de energía con ese título que es casi una declaración de principios: “Forever Young”. Porque, en definitiva, los movimientos en el escenario, el baile constante y el entendimiento con su banda resumen el espíritu jovial que define cada concierto de Rod Stewart.
Déjenme con mis clásicos (y el fútbol).

“Baby Jane”, “Young Turks” y “Maggie May” continuaron esa senda festiva, guiadas por esa voz rasposa y aguda que, pese al paso del tiempo y los problemas de salud, mantiene su esencia intacta. ¿Fue excusa o afectó en el desarrollo? No. Lo que siguió fueron reversiones ejecutadas con precisión quirúrgica, como “I’d Rather Go Blind” —dedicada a la difunta Christine McVie (Fleetwood Mac)—, “Downtown Train”, “I Don’t Want To Talk About It”, además de “I’m So Excited” y “Proud Mary”, donde Holly Brewer, Joanne Bacon y Becca Kotte, las coristas, dominaron con maestría la estructura vocal de ambos clásicos.
Un nuevo cambio de vestuario dio paso a una de las tradiciones más queridas por el público: el fútbol. Con el hit planetario “Da Ya Think I’m Sexy?” —que evocó aquellos recuerdos de 1989—, una decena de balones fueron arrojados al público. A esa misma hora, se disputaba la final del Mundial Sub-20 en nuestro país, con Marruecos como campeón. No hubo referencias directas a ello, pero sí guiños a su querido Celtic Football Club. “Hot Legs” se incorporó sorpresivamente al setlist, confirmando que Chile sigue teniendo un lugar especial en los más de sesenta años de carrera de Rod Stewart.
Me voy, pero te invito a mi barco: ¡sígueme!
Ya en el tramo final del espectáculo, rondando las 22:05 horas, la clásica “Some Guys Have All The Luck” de The Persuaders iluminó el recinto con esa voz inconfundible, en la antesala de un paseo simbólico en barco que todos emprendimos. Con “Sailing”, cargada nuevamente de emoción, Stewart —al timón— condujo a su banda y a un público exultante a un cierre lleno de nostalgia, donde cada canción fue un caramelito lanzado a este océano de recuerdos.
Tras un breve encore —que se sintió algo forzado—, el concierto concluyó con “Love Train”, de The O’Jays, sellando la quinta postal de Rod Stewart con Chile y todos los simbolismos que eso conlleva. Quizás este reencuentro se recuerde por el lugar —una infraestructura de última generación que busca coexistir entre el deporte y la música en vivo— o por ese cruce etario que reflejaba al padre o abuelo que vivió el primer megaconcierto post dictadura junto al hijo o nieto que hoy se asombra viendo a un hombre de 80 años moverse con la energía de Mick Jagger, o mejor dicho, de su hermano artístico, Ronnie Wood.
Ni lo costoso de la salida, ni el arduo tráfico para abandonar Las Condes empañan una jornada que, más que un recital, fue un viaje compartido entre generaciones, donde la memoria y la emoción bailaron al mismo compás.
