Recomendación melómana: Pink Floyd The Wall

Con la noticia del reciente fallecimiento del director británico Alan Parker, vale la pena volver a revisar esta película de culto, fruto de una de las colaboraciones más ambiciosas (y conflictivas) que se ha visto en la historia moderna del rock.

Por Valentina Tagle Lorca

Incluso para estándares actuales, parece increíble que una película como The Wall haya visto siquiera la luz. El ambicioso proyecto musical de Roger Waters tuvo desde un comienzo problemas para llegar a la pantalla grande: las productoras no terminaban de entender el concepto detrás de él y las duras temáticas que presentaba no fueron de mucha ayuda tampoco. Pero en ese entonces, un experimentado Alan Parker, fanático de la banda, convencería a los productores de darle luz verde a este proyecto que había empezado años atrás con el lanzamiento del undécimo álbum de estudio de Pink Floyd.

Según lo que cuenta el mismo Waters, la idea para crear The Wall (primero como álbum y luego como película) surgió de su propia experiencia en los escenarios y de la alienación que sentía de la audiencia, como si un muro existiera entre ellos. Empezó a desconfiar de las verdaderas intenciones de sus fanáticos a quienes veía más embelesados por su fama que por la música en sí y en un episodio en particular, donde terminó escupiendo a un público que lo acosaba, tuvo la idea para comenzar a escribir las canciones que compondrían The Wall: la historia de una decadente estrella de rock alienada completamente de la realidad y abatida por su pasado. Algo así como un alter ego del mismo Waters.

En 1982, tres años después del lanzamiento del álbum, se estrenaría la película que hoy es considerada de culto alrededor todo del mundo. Tal como lo propuesto en el disco y en las giras, The Wall cuenta la historia de Pink, un rockero al borde de la locura que recuerda los episodios de su vida como si cada uno de estos fueran los ladrillos que construyeron el muro que lo separa de la realidad. Como parte de una generación marcada por el fin de la Segunda Guerra Mundial y el ostracismo de la guerra fría, Pink se ve enfrentado desde su nacimiento a la muerte de su padre (un soldado en la ya mencionada segunda guerra) y a la crianza bajo el alero de una madre aprehensiva y sobreprotectora. Víctima de una educación represiva que buscaba moldear su cabeza para ser funcional al sistema, Pink se convierte en una persona incapaz de relacionarse con el resto.

Es difícil imaginar que una obra así pudiera llegar a flote sin el compromiso y la visión del recientemente fallecido cineasta Alan Parker, pero lo cierto es que este contó con un equipo de primer nivel: el reconocido caricaturista e ilustrador Gerald Scarfe estuvo a cargo de las psicodélicas y metafóricas animaciones que se encuentran dentro de la mente del protagonista, mientras que el guión fue escrito casi en su totalidad por Waters. No es secreto que la relación entre Parker, Scarfe y Waters fue desde un comienzo conflictiva, pero considerando la temática tratada en la película, no podría haber sido de otra forma. En términos técnicos, algunas alteraciones debieron hacerse del album original para pasarlo a la pantalla grande, tal como el cambio en algunas canciones y la adición de otras. Todo supervisado por Rogers y el resto de la banda.

No es casualidad que el lanzamiento del álbum coincidiera con la llegada al poder de Margaret Thatcher como primer ministro británico, cuya política económica neoliberal implantaría un sistema que en Inglaterra llevaba años construyéndose al alero de las desigualdades sociales y la opresión posguerra. Este contexto convertiría a The Wall en una voz para aquella juventud alienada por un sistema, un modelo que terminaría por arruinar la vida en comunidad y las interacciones sociales como se conocían. En una de sus escenas más clásicas, al ritmo de "Another Brick in The Wall pt.2", los estudiantes son transportados desde la sala de clases a una máquina trituradora de carne de donde salen invisivilizados por máscaras que cubren sus rostros y volviéndolos homogéneos ante la sociedad. The Wall nunca fue una propuesta de cambio para estas juventudes, sino que un grito desesperado, una catarsis en medio de tanta indiferencia.