El trío ruso Motorama, originario de Rostov del Don y activo desde 2005, regresó a Chile para presentarse nuevamente en el escenario de Blondie, reafirmando por qué se ha ganado un lugar especial dentro del post-punk independiente europeo. Con casi dos décadas de trayectoria, la banda liderada por Vladislav Parshin ha sabido construir un sonido propio: melancólico, envolvente y profundamente emocional. Su más reciente disco, Sleep, and I Will Sing (2023), mostró una evolución hacia una producción más cálida y rítmica, sin abandonar las raíces frías y minimalistas que los consolidaron como referentes del underground ruso. En vivo, ese equilibrio se vuelve aún más potente.
Por: Gabriela Torres

Fotos: Juan Pablo Morales
Pasadas las 21 horas, el ambiente del recinto se cargó de una expectación palpable. Cuando sonaron los primeros acordes de “Wind in Her Hair”, el público fue sumergido de inmediato en una atmósfera hipnótica y melancólica. La voz grave y contenida de Parshin, acompañada por las guitarras cristalinas de Maxim Polivanov, las líneas de bajo envolventes de Airin Marchenko y los precisos golpes de batería de Michail Nikylin, tejieron un sonido compacto, casi etéreo, que atrapó a los asistentes desde el primer momento.
El viaje continuó con piezas como “No More Time”, “Pole Star” y “Two Sunny Days”, donde la cadencia rítmica y la lírica introspectiva consolidaron la identidad del nuevo material. Las nuevas composiciones dialogaron con clásicos infaltables como “Alps”, “Ghost”, “Voyage” o “Rose in the Vase”, generando un contraste entre la crudeza de sus primeros discos (Poverty, Dialogues) y la luminosidad casi pop de su presente. Esa transición fue una de las claves del concierto: un recorrido por la evolución de Motorama, desde el post-punk sombrío hasta un sonido más expansivo y emocionalmente maduro.

A mitad del show, Parshin rompió una cuerda de su guitarra en pleno verso, pero continuó cantando mientras la reemplazaba sin mayor interrupción. El público acompañó la escena con aplausos y ánimo, manteniendo la energía del momento y demostrando la cercanía que se había generado entre banda y audiencia.
La interpretación de “Dreams” marcó uno de los pasajes más íntimos de la noche. La voz de Vlad se volvió casi frágil, revelando una vulnerabilidad que contrastaba con los momentos de pura energía, cuando el grupo se dejaba llevar por el trance rítmico. Esa alternancia entre calma y euforia mantuvo a la audiencia en un vaivén emocional constante, en el que nadie permaneció inmóvil.
Hacia el final, temas como “Tell Me”, “Not Really” y “Today & Everyday” cerraron el viaje sonoro con un pulso más luminoso y bailable. Finalmente, “Anchor” selló el concierto con una sensación de calma y plenitud, dejando al público envuelto en un silencio reverente antes del estallido de aplausos finales.

Tras casi dos horas de show, Motorama no solo ofreció una presentación impecable: creó una experiencia sensorial y emocional que trascendió lo musical. Entre la nostalgia, la energía y la hipnosis colectiva, el trío ruso dejó una huella indeleble en su paso por Santiago, confirmando que su regreso era más que esperado… y que su sonido sigue siendo un refugio para quienes encuentran belleza en la melancolía.
MOTORAMA
