Annapurna estrena “Golpes, flores”: un EP debut sobre las contradicciones humanas

“Golpes, flores” es, precisamente, lo que su nombre indica: una exploración de las fuerzas que nos golpean, de las heridas que nos marcan, pero también de la belleza que emerge de la vulnerabilidad y del dolor. En su EP debut, Annapurna captura esa dualidad: la intensidad y la fragilidad de los momentos más efímeros. Con su estilo tan expansivo, la banda crea una atmósfera en la que la oscuridad y la luz se entrelazan, donde la catarsis y la calma conviven en un mismo espacio. Es un recordatorio de que, pese a todo, siempre existe la posibilidad de que florezca algo nuevo.

Lo primero que destaca al escuchar “Golpes, flores” es cómo suena Annapurna, especialmente teniendo en cuenta la juventud de la banda. No es un sonido a medias, ni una búsqueda todavía por definir, sino que se siente como si hubieran estado caminando por este terreno desde siempre. Influencias claras de bandas como Viva Belgrado, toe o Fontaines D.C. se entrelazan con una sensibilidad melódica que recuerda al emo español y al alt-rock japonés. En ese crisol de estilos, Annapurna encuentra su voz: visceral, honesta y perfectamente afilada.

El EP abre con “Metamorfosis”, un tema que encapsula perfectamente las contradicciones humanas: entre la fragilidad y la fuerza, constante en el disco. En realidad, el EP representa esos contrastes por sí mismo: mientras que “Domingo” marca su territorio con un tema que golpea de inmediato, en “Martes” la banda da un giro inesperado: una guitarra acústica fragilísima nos lleva por una senda más introspectiva. “Lo sé” y “Tregua” se sumergen aún más en el terreno de la incertidumbre, con letras que exploran la pérdida, el cambio y la resignación, mientras que los riffs afilados de guitarra se enfrentan a una percusión vibrante que mantiene la tensión hasta el último segundo.

Aunque “Golpes, flores” es el EP debut de Annapurna, se siente como una promesa de lo que está por venir. Este cuarteto vallisoletano-murciano ha encontrado una forma de unir lo visceral con lo melódico, de mantener un pie en el suelo del punk y otro en la incertidumbre del alt-rock más experimental. En menos de 20 minutos, nos ofrecen un catálogo de emociones crudas, un reflejo de un proceso de maduración musical que promete solo mejorar con el tiempo.