El pasado viernes Matucana 100 se transformó en un santuario del ruido. Bajo la curatoría de En Órbita, la primera edición de Ruidograma desplegó un cartel que combinó lo más inquietante de la escena chilena con la visita internacional de los siempre extremos A Place to Bury Strangers. Desde la feria de sellos, disquerías y editoriales instalada al inicio, hasta la cercanía tangible de los músicos que circulaban libremente por la explanada, conversando con asistentes y rompiendo esa distancia que suele separar escenario y público.
Por: Joaquín Bravo
Fotos: Agustín León
La propuesta del festival fue clara desde un comienzo, mostrar la diversidad de un radar de sonidos que van desde el indie alternativo, el post-punk y el shoegaze, hasta los territorios más abrasivos del noise. Y así lo confirmaron las bandas que dieron forma a una jornada donde cada presentación fue elevando la intensidad hasta llegar al clímax neoyorquino.
Asia Menor: intensidad contenida en un set breve
El primero de los platos fuertes en aparecer en el escenario principal fueron Asia Menor, quienes ofrecieron un show corto pero potente. Conscientes del poco tiempo, apostaron por un recorrido que combinó nuevas composiciones con aquellas canciones que ya se han ganado un lugar como clásicos recientes dentro de la escena independiente chilena. En apenas unos minutos remarcaron el por qué se han convertido en una de las bandas más comentadas de los últimos años con sus guitarras urgentes y melodías que cargan tensión emocional.
Adelaida: un golpe demoledor desde el segundo uno
El relevo vino de la mano de Adelaida, quienes decidieron no guardarse nada y abrir con su canción más reconocida, “Columpio”, para sacudir de inmediato al público. El arranque fue un mazazo, desde ese primer acorde quedó claro que sería un set demoledor. Con guitarras densas y un pulso rítmico implacable, la banda repasó su repertorio con la seguridad de quien ya lleva años de trayectoria, pero sin perder la frescura ni la conexión.
Un gesto que marcó su presentación fue la invitación al público sentado en las butacas del teatro a acercarse al escenario. Algunos accedieron, desdibujando la formalidad del recinto y recordando que la música de Adelaida está hecha para experimentarse de cerca, con el cuerpo vibrando frente a los amplificadores.
A Place to Bury Strangers: noise como ritual / el plato principal del radar
El turno de los neoyorquinos A Place to Bury Strangers fue, como se esperaba, un viaje al límite. Conocidos mundialmente como “la banda más ruidosa de Nueva York”, cumplieron el título al pie de la letra. Apenas iniciado el show, invitaron a todos a levantarse y en segundos una multitud se volcó frente al escenario. La experiencia fue física. Los parlantes retumbaban al punto de hacer vibrar el cuerpo entero, las luces estroboscópicas dibujaban un ambiente hipnótico, y la distorsión se convertía en un muro imposible de esquivar.
No habían pasado ni dos canciones cuando Oliver Ackermann destrozó una de sus guitarras, dando paso a un interludio de noise performático que se extendió por más de siete minutos. Más tarde, giró los parlantes para que apuntaran directamente al público, intensificando la descarga sonora hasta niveles casi insoportables, pero justamente ahí reside la magia del grupo, en llevar la experiencia al borde del caos.
En uno de los momentos más memorables, los tres integrantes bajaron del escenario para tocar en medio del público, transformando la explanada en un trance colectivo de más de 15 minutos donde los asistentes no solo miraban, sino que eran parte del ritual, colaborando en la batería, el ruido y la experiencia. El cierre llegó de vuelta en el escenario, con algunas de sus canciones más icónicas, coronando un show lleno de noise.
Aunque los focos estuvieron puestos en Asia Menor, Adelaida y A Place to Bury Strangers, Ruidograma también presentó a otras bandas que enriquecieron el cartel: Talismán, Magia Blanca, Los Lolos de Chile, Laktik y Dios Está Con Nosotros, quienes aportaron distintos matices a la propuesta. Esa amplitud sonora es lo que le da coherencia al festival, una plataforma que no busca homogenizar, sino abrir la escucha hacia lo diverso.
La feria de sellos y disquerías, la venta de vinilos, libros y merch, y la presencia libre de los músicos entre el público reforzaron la idea de que Ruidograma es una instancia de encuentro. Un lugar donde artistas, audiencias y proyectos culturales se reconocen como parte de la misma comunidad.
La primera edición de Ruidograma dejó claro que en Chile hay hambre por este tipo de experiencias. Festivales que no solo traen a referentes internacionales, sino que ponen en valor lo que está pasando dentro de la escena local. Asia Menor, Adelaida y A Place to Bury Strangers fueron tres momentos de un mismo relato: del ímpetu juvenil a la consolidación, y de ahí al ruido abrasivo como sello final.
Si lo que buscaba En Órbita era abrir un radar de bandas, la misión está cumplida. Y si el ruido fue el hilo conductor, lo que quedó grabado fue mucho más allá que la distorsión, más bien fue la certeza de que la música independiente chilena tiene presente y futuro, y que festivales como este son vitales para darle espacio y visibilidad.
ASIA MENOR
ADELAIDA
A PLACE TO BURY STRANGERS