La agrupación Dead Can Dance del británico Brendan Perry y la australiana Lisa Gerrard presentará su gira A Celebration of life & Works este 24 y 25 de mayo en el Teatro Municipal de Santiago, en la que repasarán su discografía desde sus inicios hasta la actualidad, incluyendo la interpretación por primera vez en vivo en nuestro continente de su último disco Dionysus, lanzado en 2018.
Por Matías García
El mayor mérito de la música es provocar emociones que no puedes explicar con palabras. Y ante Dead Can Dance la palabra emoción emerge insondable. Es esa banda que te produce escalofríos continuos, que te sacude y te transporta a lugares inaccesibles, que te deja absolutamente anonadado. Dead Can Dance merece el calificativo de obra maestra. Es una banda que nace de la literatura, la antropología y la emoción. Y es que desde su irrupción a principios de los ochenta, se ha sumergido en las tradiciones folk europeas, no sólo en términos de instrumentación, sino también en sus prácticas religiosas y espirituales. En esa misma línea, unificando todas las esencias de sus trabajos anteriores, continúan con su narrativa en ésta, su última entrega, que posee una grandeza fascinante. Pero antes de ahondar en el Dionysus como tal, y para entender el porqué de todo esto, creo que es importante y necesario descifrar el origen y significado del nombre de la banda, que nace de un extenso proceso de meditación, ante la necesidad de inyectar vitalidad a música e instrumentos que podrían considerarse obsoletos. Precisamente es esta interpretación lo que evidencia el uso de toda una gama de instrumentos musicales, que van desde los más comunes hasta el manejo de gaitas de España, norte de África y Turquía, la tuba, el yang-chin, el hurdy-gurdy, shepherds Flutes y percusión de los Balkanes.
Dionysus es un álbum brillante. Suena como algo embriagador y lo es. Está inspirado en la literatura clásica griega y en “The Birth of Tragedy from the Spirit of Music” de Friedrich Nietzsche; como también en los festivales en la zona del Mediterráneo, los remanentes del culto a Dionisio y los carnavales y los festivales de vendimia, de recolecta de cosechas. Tendencias antiguas que siguen en la actualidad y plantean aún una asociación poderosa y directa con la naturaleza y tradiciones antiguas. El disco se revela ante nosotros como un trabajo conceptual, principalmente instrumental, explorando el culto a Dionisio a través del vino, el hedonismo sexual y la locura. Esta entrega se manifiesta en forma de oratoria musical similar a la de comienzos de siglo XVI, encajando de mejor forma con la manera de ver a Dionisio en la tragedia y en el teatro griego antiguo, donde él es el patrón y un instigador y provocador de desdicha; esto también permite enlazar con el uso del coro en la tragedia griega. El disco se divide en II actos, con 7 episodios. El Acto I, que sigue el viaje de Dionisio en barco, durante la mayor parte de su tiempo de ejecución, es el más admirable de los actos, con tiempos majestuosos que conducen la vibración entre lo antiguo, lo humano y lo divino. El Acto II, en cambio, documenta su nacimiento y su eventual transformación a Dios y a una guía para la vida futura.
Sin letras para narrar la historia, este disco es de esas obras a escuchar sin interrupciones de ningún tipo. Las voces de Brendan Perry y Lisa Gerrard nos envuelven y nos guían a través de este viaje mitológico, que no es solo fiestas y rituales paganos, sino que también es una excursión por la zona de Mount Nysa, por Arabia, por Asia, por el culto absorbente que han creado y que limita con una visión cinematográfica de su música. Se interpretan como dúo en una lengua inventada que Lisa una vez llamó "el lenguaje del Corazón." El efecto es uno de emoción primordial libre de la carga de palabras, por lo que el sentimiento eclipsa el pensamiento. Y aunque Gerrard y Perry se destacan mayoritariamente en la representación de acrópolis hundidas y ciudades perdidas, este álbum es tratado como un proyecto de investigación y de inmersión profunda, revelando una “gran hambre histórica”, dejando que la música hable por sí misma. Más que cualquier otro álbum de Dead Can Dance, Dionysus se siente como si estuviera escrito hace miles de años. Es un portal por encima de cualquier otra cosa. La forma en la cual está tratado como fragmento de exploración de algo que hace mucho tiempo está muerto y la invitación a la introspección, hacen de este disco, una obra hermosa. Que el álbum aborde tales conceptos es admirable y más aún que lo haga en un trabajo de música visceral, es razón suficiente para deleitarse por completo. Podríamos vivir sólo de las magníficas texturas de este disco y de esta banda en general, pero ¿realmente estamos destinados a disfrutar de estas grandiosas melodías sólo a través de nuestros audífonos? Lo dudo.
Por lo que la invitación está hecha a no perderse concierto por nada del mundo para extasiarnos en vivo con este sonido que hace temblar la tierra. Esta es música de grandeza y gran humanidad.