La artista española se presentó por primera vez en Chile en el marco de su álbum debut Bodhiria, un concierto donde lo sagrado y lo corporal se encontraron en cada destello de luces rojas, en la luna llena y en la sensualidad de la artista.
Por: Paz Rojas

Fotos: Eme/Lotus
Judeline no sólo canta: invoca. Desde que las luces del Teatro Coliseo se apagaron puntualmente a las 21:00 horas y el humo blanco comenzó a moverse como incienso, el aire se llenó de un tipo de expectación que no suele verse en un debut. Lara Fernández, vestida completamente de negro y acompañada por su bailarín, apareció con la calma de quien va a oficiar un rito, paseándose por el escenario. “bodhitale” abrió la noche y, con ella, se desplegó un universo de espiritualidad y deseo, una estética que bien ha sabido llevar adelante este último año.
Tal como lo anticipa su álbum, canción fue una escena. “angelA” iluminó el escenario en rojo, haciendo una declaración de intensidad y vulnerabilidad, mientras que “INRI” marcó el primer punto de comunión entre Judeline y el público, que con solo dos hits ya había quedado cautivado. “TÁNGER/ZAHARA” trajo el recuerdo de sus primeros pasos antes del álbum, ese sonido entre la costa africana y el sur de España que define su identidad híbrida.

Entre percusiones reales de la mano de una batería en el escenario y los clásicos sonidos sintetizados, “Mangata” y “BRUJERIA!” rompieron el trance inicial. Judeline bailó junto a su compañero en una escena teatral: cuerpos entrelazados y miradas que se transformaban en un lenguaje de deseo y erotismo.
Sin dudar, Judeline no esperaba la respuesta del público, la artista ante un Coliseo prácticamente al tope de su capacidad, sonrió nerviosa y emocionada: “No sabéis lo que significa esto para mi, tan lejos de casa”, dijo antes de continuar con “TÚ ET MOI”.
El concierto avanzó y versionó “Soy El Único” y “La Tortura” de Shakira y Alejandro Sanz, en arreglos lentos y minimalistas. En “Heavenly”, uno de los singles más recordados y que grabó en colaboración con Rusowsky, la atmósfera se volvió mágica, con una luna roja que se proyectó sobre ella.

Hubo pausas que también fueron ofrendas. “Tonadas de luna llena”, interpretada a capella, con JOROPO, conectó con su venezolana y luego vino “CANIJO”, en una versión explosiva y bailable sobre el romance gangster.

El cierre llegó con “Chica de cristal”, uno de sus últimos singles que no forma parte de Bodhitale pero que toma gran atención en los fanáticos por ese canto frágil sobre un corazón roto que se volvió unísono en el teatro. Tras este episodio, sonó “zarcillos de plata”, presentada como “la canción que le escribí al chico malo del pueblo”.

“Com voce” y la esperada “2+1” sellaron el rito con una sonrisa. Acá Judeline se tomó el tiempo de contar una anécdota sobre una amiga que vino a estudiar Valparaíso y que inspiró la canción al no poder decidirse entre dos “pololos chilenos”. Hasta el final, Judeline ofreció un acto donde lo espiritual y lo carnal dejaron de ser opuestos y por sobretodo, la honestidad de una artista extranjera que no vio venir la intensidad del público chileno.