30 años de Corazones de Los Prisioneros. La rabia también se puede bailar o la mancha de sangre sobre lo blanco

Para esta fecha quisimos hacer algo distinto y es por eso que uno de nuestros colaboradores se metió de lleno en el cuarto álbum de la banda chilena. Desmenuzando hasta el más mínimo detalle para poder contar la historia completa de uno de los mejores álbumes de la música chilena. Especialmente hoy, en su aniversario número 30.

Por Matías García

Los Prisioneros salvaron mi infancia y mi juventud. Fueron parte de mi cántico combativo/nostálgico; ese cántico que albergaba a la Violeta, a Víctor, a Quilapayún, Silvio y tantos más. La música de Exilio, que escuchabas con otro nombre. Y aunque no crecí en una familia opositora al régimen militar, las canciones de Los Prisioneros se transformaron en himnos, tanto para quienes vivieron de cerca de la dictadura, como para nosotros: los herederos del neoliberalismo y la seudo democracia. Los Prisioneros tocaban mientras la DINA practicaba represión política con abusos, allanamientos, torturas y asesinatos a, principalmente, militantes o simpatizantes de la Unidad Popular.

En este contexto, un número considerable de chilenos se refugió en embajadas extranjeras o directamente se fue del país. Por lo que Los Prisioneros crecieron integrados en el contexto social que les tocó vivir, como la explosión libertaria del rock de los años 60, pero esta conexión fue significativa, y Los Prisioneros pasaron de un liceo capitalino a la fama continental a través de un rock influenciado mayoritariamente por Inglaterra; de un Miguel Tapia que construyó una batería con instrumentos de cocina, de un Claudio Narea que era capaz de caminar de San Miguel a Providencia sólo para gastarse la plata del bus en discos, de unos prisioneros que apartaron de ellos el mal gusto de querer coincidir con muchos. Su música jamás tuvo que ver con el molde de rock a lo The Rolling Stones, sino más bien “con una sensibilidad plebeya”. Los Prisioneros lograron elevarse por sobre del debate político-partidista de la época, González se reconoce en ese momento humano más que social.

Ser chileno y no reconocer el impacto y alcance que tuvieron Los Prisioneros en nuestra conformación identitaria, en nuestro grito por la Alameda, sería un pecado. Porque más allá de gustos musicales o cualquier otra cosa, lo cierto es que la banda de San Miguel, sigue siendo un referente para personas de todas las edades. Jorge González fue el primer artista relevante en la música chilena que dijo que le cargaba el rock. Aunque sus canciones son tanto o más potentes que cualquier riff. Jorge González es la ironía de la crítica desde adentro. Ni siquiera es la voz punketa antisistémica. Es un todo personal. Jorge González fue la voz de eso que no tenía voz. Jorge es la sucesión de fuerza que no se veía desde las últimas composiciones de Violeta. Porque marcó una generación completa; a nuestros padres e incluso a nosotros mismos. Jorge González significó todo para Chile. Nos entregó algunos de los mejores temas de amor del cancionero nacional cuando se esperaba un disco político que celebrara el término de la dictadura y que fijara, a su vez, hitos para el retorno de la alegría. No fue así.

Corazones descansó en el componente romántico pero, a su vez, mantuvo cierta posición crítica. El álbum fue una reinvención profunda para Los Prisioneros: temáticas sociopolíticas que, con el tiempo, fueron dando paso a constantes relacionadas con el desamor y las angustias de la soledad. El amor imposible. Lo contestatario se estrelló de lleno con sintetizadores e inundó a toda una generación por dentro, muy adentro.

González utilizó recursos experimentales del punk con hallazgos de New Order y Erasure. En Corazones se deshacen de sus antecesores dando libertad absoluta a los sonidos sintéticos. Es un ejercicio de desahogo absoluto. Un signo humano y profundo. Es el disco pop perfecto, ese que te hace bailar, cantar, llorar y sentir las canciones como si estuvieran escritas solo para ti.

Aunque en un comienzo, cuando Corazones fue lanzado en mayo del 90, ni la crítica ni los seguidores del grupo respaldaron al disco. El tono contestatario de los primeros álbumes se estrelló de lleno con un álbum de canciones resueltas sobre sintetizadores y letras que hablaban de amores imposibles. A su vez Narea nunca fue amigo de lo sintético. Allí empezó el quiebre. Pero la llave para entender el cambio de paradigma de Los Prisionero es puesta a propósito al final del disco: “Alguna vez te acuerdas / cuando todo era amable y divertido / con la sonrisa irónica ahora es lo único / que nos podemos dar”. Un Jorge González tan íntimo como desprejuiciado al tiempo que atento a los sonidos en boga. Irónico y encubierto. Ya no hay resentimiento ni envidia. Supuestamente, la mujer en cuestión es el combustible que convirtió a González en Prisionero y a Narea en Profeta, convirtiendo la crítica del disco en un intenso y romántico melodrama, con un vicio que carcome en silencio la lírica susurrante de la noche, más que el abuso social.

La biblia de la nueva escuela de pop.

Corazones empieza con un viaje en tren, un "Tren al Sur" que se presenta sin el incendio político, más bien dirigido a una mujer, pero aun así hay mucha política dentro del disco, pero visto desde la profundidad del cuerpo, porque Jorge nos habla sobre ser pobre y ser guacho. Hablando desde el cuerpo que sufre lo social en carne viva mientras ve pasar a un Chile por la ventana.

  • "Y no me digas pobre por ir viajando así / no ves que estoy contento, no ves que voy feliz /viajando en este tren, en este tren al sur...". Se me viene a la mente a Charly cantando "no voy en tren voy en avión", pero acá González nos demuestra con verdad que hizo un himno de su corazón, a través de líneas férreas y estaciones como venas.

Todos nos subimos a ese tren en algún momento de nuestras vidas y miramos por la ventana y nos dimos cuenta de que ya nadie viaja en tren. Sólo música por dentro, de adentro. Un apogeo.

"Amiga mía" comienza de manera magistral. Transformándose en un himno dentro del disco. Amor y amistad tratados de forma dialéctica, como una canción de despedida. Una canción a la imposibilidad. "Como otra piel, como otro sabor/ Como otros abrazos, otro dolor/ No habrá otros latidos, no habrá otros orgasmos/ No habrá otras promesas ni otro calor". Canción stalker por excelencia, pero realizada de forma magistral. Que genio que es Jorge González. "Al olor de tu sangre, al sabor de tu cuello/ Al dolor de tu llanto al color de tu voz/ Moriría mañana, moriría en éxtasis/ Moriría en el fondo del éxtasis". "Amiga mía” constituye el venir de los amantes, el momento del goce del otro. Jorge González describe la plenitud que emerge del despertar con el sujeto amado, plenitud que se contrapone, claramente, con la provocación del término del goce carnal, cuando –sin la presencia del amor- emerge el deseo de que el otro se vaya de una buena vez.

“Amiga mía” se concentra en ese momento de éxtasis en el que sobre las sábanas sudadas se comparte café y caricias que dilatan lo máximo posible el inicio de la jornada. Jorge le canta a un amor que ya no existe, a una pérdida romántica, quizás hasta se podría tocar el tema del femicidio con esta canción, porque así parte todo: un juego de singular y plural.

Pero lo más inmenso de esta canción, como la lingüística de un monarca lírico, es poder decirle a alguien amiga cuando ya sabes que perdiste su corazón para siempre. Un grande; entre recuerdo de sudores de almohada. Cuentan las malas lenguas que, una mujer, fue la causante de la separación de la banda. Una canción desgarradora, donde se mezclan distintas teorías con respecto al triángulo Narea- Carvajal- González. Existen quienes creen que la temática de la canción va dirigida exclusivamente a Claudia Carvajal, esposa de Narea, quien fue descubierta por éste último, manteniendo una relación amorosa con González. De esta forma “Amiga Mía” vendría a jugar el rol de manifiesto de la infidelidad.

"Con suavidad" es el adelanto del nombre del disco. Acá nos vamos a la mierda, sinceramente. Esos sintetizadores son de otro mundo. El amor. El romance. Los corazones. Una danza electrónica marcada por un tiempo bestial y ritmo de los 80. ¿Bailemos? Mientras Jorge nos habla de rutinas, de amigos, trabajos y corazones."Toda la semana igual, el trabajo, los estudios/ con tu espíritu dormido esperando aquello llegue de tan lejos/ yo te poseo sin tocar nada, y sin hablarte anuncio..." Hasta que nos destroza el alma y el cuerpo con el: "Voy a desnudarte / voy a estrecharte / contra la pared / leere tu cuerpo / mojaré tu pelo / con suavidad". Una relación de placer, amor y destrucción caníbal en lugares comunes del erotismo. Jorge se cansa de la rutina latosa que no podemos dejar y de la tentación omnipresente. Continúa con esta lógica de relación intensa, de atmósfera prohibida, de amantes que, por alguna extraña razón, se encuentran luchando contra la corriente.

Y no sé cómo empezar a escribir sobre esta canción... sobre esta TREMENDA canción. “Corazones Rojos” es una cruda radiografía a la cultura machista. Este tema viene a dar ese cese a la intensidad carnal, pero no a erradicarla por completo, sino que la direcciona a una vereda más político social. Se nos presenta un González rapeando: "En la casa te queremos ver / Lavando ropa, pensando en él / Con las manos sarmentosas / y la entrepierna bien jugosa /Ten cuidado con lo que piensas / hay un Alguien sobre ti / Seguirá esta historia, seguirá este orden / porque Dios así lo quiso, Porque Dios también es hombre". Acá la mujer se subordina a las órdenes dictadas por el patriarcado y limita su participación en la sociedad a una sola labor: obedecer.

Son ciudadanas de segunda clase, sin privilegios y sin honor, y así es como se ordena el mundo: son agredidas, menospreciadas y vulneradas solo por el hecho de ser mujeres. Acá Jorge González ya no le habla a la dictadura sino que se adelanta a la dictablanda de la Concertación. Así es como Los Prisioneros por medio de rimas y melodías rockeras y sintéticas nos entrega sin eufemismos, el triste escenario de la injusticia y la violencia que le ha tocado a la mujer. La letra de Los Prisioneros, independiente si se trate de feminismo o no, logra llegar y logra ser una herramienta de concientización social.

Continúa "Cuéntame una historia original", muy a lo Pet Shop Boys, o quizás una antiquísima de Álex Anwandter, ya quel Corazones es la escuela del pop de la nueva generación de músicos. "Mejor compremos chocolates" lo resume todo. Donde a González ya no le interesan necesariamente los dolores sociales. “Todo el mundo dice que vive sufriendo como nadie más / cuéntame una historia original”, es el mensaje que escuchamos repetidas veces, a lo largo de los coros. Y es que nadie está exento de problemas, pregúntenle al mismísimo González o a Narea. Con esta canción se me viene la imagen de Jorge González tirando los micrófonos al piso, con rabia extrema, en plena conferencia de prensa... inevitablemente se me viene a la cabeza.

"Estrechez de corazón", emerge y todos nos vamos a la mierda. Así de simple. Nos damos cuenta que en este disco no hay retorno, que no hay perdón ni olvido. La confianza terminó, y con eso, también la amistad. La relación de González y Narea, ergo, la banda. Una canción, donde además, identificamos una de las letras más intensas del disco. Una lírica que habla desde el dolor interno, el sufrimiento, el desamor y el desgarro: “No te pido nada más / que valores este amor / que lo guardes en un libro / y lo atesores cerca de tu corazón”. Las palabras de González, parafraseándolo, se tornan como cuchillos afilados cuando las manejan orgullos y pasiones que lentamente, metamorfosea el amor en odio. A pesar de advertirle a la mujer que no tolerará esa enfermedad y el juego o la guerra del amor tiene un desenlace inexorable.

"Por amarte", es el séptimo track del álbum, una canción donde da luces de cierto grado de arrepentimiento. De una forma muy personal, quizás el disco está dedicado exclusivamente a la misma mujer, ya que Corazones, es en rigor la primera aventura solista de González. Reconoce que se equivocó, pero que lo hizo por amor. Es una canción demasiado intensa. “Amarte es mi perdición, mi vida entera / El cielo disfrazado de infierno”, dice González, interpretando las frases, casi al final del tema, con profundo desgarro.

"Noche en la ciudad" es el hit bailable, un pequeño vuelco dentro del disco. Una melodía rápida con sintetizadores electrónicos envolviéndolo todo. Es una canción que repudia el orden y la moral cristiana conservadora, que, sin embargo, siento que no es una canción de Corazones, por la mera razón de que es demasiado movida y rápida para el disco. Cuestiona el conservadurismo de la sociedad chilena de inicios de 1990, la que necesitaba establecer un férreo control ético que, en alguna medida, antecede la irrupción de la vertiente higienista que ha tenido un poderosa expansión en las primeras décadas del siglo XXI.

Pero como lo he dicho la mayor parte de mi vida, Jorge González es un genio y pensó todo muy bien, terminando el disco con la balada más emotiva jamás creada: Es demasiado triste.

"Es demasiado triste", habla por sí sola. No hace falta explicar que se trata de una balada deprimente, lúgubre y emocionante. Un circo demasiado triste que también va dedicado a una mujer. Esta canción es un himno al desamor, al llanto, a la desesperación, a ese amor que dejó una herida. "Es el maldito amor le gusta reírse, reírse en tu cara..." Pero nos damos cuenta de que estamos demasiado jóvenes para estar tristes. Aunque González nos dice en esta canción, que la mejor forma de escribir es con el corazón roto. Esta canción es como su nombre lo dice y marca el fin de este maravilloso álbum. El fin de una época. El fin de la amistad de Narea y Gonzáles. El fin de la banda. El fin de una generación.

Los Prisioneros pueden proyectar nada más que la eternidad del instante. Corazones tiene su eje central en un intenso romance. Dejando de lado las guitarras para contarnos "esa" historia original a través de sintetizadores. Nos cuenta la intensidad del amor cuando un cuerpo entra en otro cuerpo o cuando un corazón se disuelve en otro corazón. La fotografía de Alejandro Barruel es vehemente: la camisa blanca de Jorge González con una mancha de sangre a la altura del corazón da para pocas interpretaciones, aunque Jorge la odie. Así es la portada Corazones, de una intensidad y un desparpajo que llamó la atención más allá de ser el primer disco de Los Prisioneros sin uno de sus integrantes históricos. Con Corazones Jorge nos enseñó a que la rabia también se puede bailar. Felices 30 años.