La icónica banda canadiense conmemoró dos décadas de su clásico álbum con un show desbordante de energía, sudor y hermandad, en una noche inolvidable para la escena hardcore local.
Por: Joaquín Bravo
Fotos: Luis Marchant
Veinte años no pasan en vano, y Wake the Dead no es cualquier disco. Para muchos, es un hito generacional, un punto de quiebre en la historia del hardcore melódico. Comeback Kid lo sabe, y por eso, su regreso a Chile con la gira aniversario del álbum no fue solo un show más en el calendario: fue una verdadera ceremonia de memoria, identidad y resistencia, vivida a todo volumen en una Sala Metrónomo encendida desde el primer minuto.
La cita del 18 de junio reunió a fanáticos de todas las edades. Desde quienes crecieron con el disco en 2005 hasta nuevas generaciones que descubrieron su potencia en plataformas digitales, todos se encontraron ahí para corear, saltar, empujarse y abrazarse al ritmo de uno de los discos más importantes del hardcore moderno. Y es que Wake the Dead no solo suena bien: conecta, representa, une.
La jornada comenzó con una presentación intensa de los chilenos Rosewell, banda oriunda de Viña del Mar que ha venido consolidándose en la escena nacional. Con un sonido sólido, bien ejecutado y directo, supieron captar la atención de un público que, si bien estaba impaciente por ver a los canadienses, respondió con respeto y entusiasmo a los locales. Su show fue breve pero eficaz, y dejó claro que en Chile el relevo generacional en el hardcore está asegurado.
Pasadas las 21:00 horas, Comeback Kid salió al escenario y la respuesta fue inmediata. Sin necesidad de intros, sin grandes discursos iniciales, comenzaron a tocar Wake the Dead completo, como prometía la gira. Y cada canción fue un himno. Desde los primeros acordes de “False Idols Fall”, el recinto se convirtió en un campo de batalla donde no existía el espectador pasivo. Todos participaban, todos cantaban, todos se movían.
El vocalista —con un carisma arrollador y una energía incansable— marcó desde el inicio el tono del concierto: cercanía total con el público, sin poses ni barreras. Invitó explícitamente a quienes quisieran subir al escenario a hacerlo. Y así ocurrió: decenas se lanzaron, se abrazaron con los músicos, se tiraron al público. El escenario se convirtió en un espacio abierto, simbólicamente compartido entre banda y audiencia. No hubo límites, solo adrenalina.
Y aunque hubo caos, también hubo orden. Porque en el hardcore —y especialmente en Chile— el respeto y el cuidado mutuo son parte del código. Se cayó alguien, y tres manos aparecieron para levantarlo. Se perdió un celular o un jockey, y entre todos se detenía el mosh para buscarlo. Se dudaba en subir al escenario, y un desconocido empujaba suavemente hacia la tarima. Más que un concierto, fue una manifestación de comunidad.
Cada canción del álbum fue recibida con la misma intensidad. “Partners in Crime”, “Our Distance”, “Bright Lights Keep Shining”, todas interpretadas con una precisión demoledora, pero sin perder la espontaneidad. El punto más alto, como era de esperarse, fue con “Wake the Dead”, que desató uno de los momentos más catárticos de la noche. El público cantó tan fuerte como el micrófono, y por un instante, la distinción entre banda y audiencia desapareció por completo.
Después del repaso íntegro del álbum, Comeback Kid no bajó los brazos y regaló varios temas más, sacados de otros momentos clave de su discografía. Hubo espacio para clásicos como “Do Yourself a Favor” y “G.M. Vincent and I” (Symptoms + Cures), así como piezas de Broadcasting. Si el concierto fuera una montaña rusa, esta parte habría sido su loop final: inesperado, vertiginoso, pero emocionante hasta el último segundo.
Desde lo técnico, la Sala Metrónomo cumplió con creces. El sonido fue claro, potente, sin saturaciones, con una mezcla perfecta entre voces e instrumentos. La batería golpeaba con fuerza sin ahogar las guitarras, y los gritos del vocalista se mantenían nítidos pese al caos general. Solo el calor dentro del recinto, producto de la energía colectiva y el movimiento constante, recordaba que estábamos en medio de un campo de sudor compartido.
El ambiente fue otro de los puntos altos. No solo por la calidad de la música, sino por lo que se respiraba en el aire: amistad, reencuentros, caras conocidas de otras tocatas, gente que quizás solo se ve en este tipo de espacios, pero que se reconoce al instante. En cada esquina se gestaba una pequeña historia, una conversación, un abrazo o una carcajada. En cada rincón había vida, y sobre todo, ganas de estar ahí.
Chile siempre ha sido un lugar especial para las bandas hardcore. Y Comeback Kid lo sabe. No es casualidad que el show se diera sin vallas frontales, permitiendo la interacción libre. La relación con el público chileno va más allá de lo musical: es afectiva, directa, honesta.
Comeback Kid no solo celebró 20 años de un disco clave. Lo que celebró fue el espíritu del hardcore: la rabia como motor, la amistad como red, el ruido como canal. Y lo hizo en un país donde ese espíritu está más vivo que nunca.
COMEBACK KID
ROSEWELL